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martes, 17 de febrero de 2015

Miedo

En el ir y venir a veces se complica mirar hacia adentro. Seguir las propias pisadas y encontrar un sustento que vaya más allá de mi trajinar diario, de mis dos amores. Un día me propuse vivir por ellos y aquí estoy, haciendo eso. Pero rara vez llega el punto, este punto en el que estoy en este preciso momento, en el que comienzo a preguntarme quién soy y ni siquiera hacia dónde me dirijo, sino en dónde me encuentro ubicada.
El silencio de la casa, cuando no están ellos, me derrota, me deja conmigo a solas, como sucede pocas veces. Y no encuentro sustento para mis días ni mis noches cuando me invade la sensación de inseguridad, como si no fuera yo la que cuida de ellos, como si no fuera que algún día he sido yo la que les ha dado la vida. Son ellos, siempre y a cada momento que pasa los que me dan la vida. Y me aterroriza la idea de no tenerlos conmigo al llegar a casa algún día.
Me miro en el espejo y no soy la misma cuando mi imagen se refleja sola. Me observo en las penumbras, en un vacío profundo que me quita el hambre, el sueño. La verdad es que no me puedo pensar sin mis hijos porque me he vuelto dependiente de ellos, a pesar de que van creciendo y teniendo cada uno sus tiempos sin mí.
Mi estado de vulnerabilidad me asusta de vez en cuando, pero no persiste demasiado tiempo. Me consuela el calor de hogar que han inventado para mí, los juguetes con los que me tropiezo en el camino de la habitación al baño.

Quiero congelar el tiempo, o no. Quiero dejar de conformarme con lo que tengo y suspender en el tiempo mis fuerzas, dejar de necesitarlas. Recurrir a un abrazo eterno en el que se funda mi felicidad con la de alguien más, pero también el miedo.

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