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martes, 24 de marzo de 2015

Sustento


Puedo dibujar sus rostros en el aire, cuando ya no queda nada, cuando ha caído la noche y las paredes se han convertido en silencio.

Y camino a hurtadillas por cada rincón de la casa, pensando en la compañía de sus almas, aún cuando descansan, aún cuando despierto con un llanto o con un beso. O cuando temerosos se acercan a mi cama, buscando el abrazo eterno que cobije sus pesadillas.

Me siento fuerte y me siento débil. Es mi deber guiarlos, protegerlos, acunarlos. Y es mi salvación tenerlos conmigo, amarlos, sentirme amada y sentir en cada beso, en cada sonrisa, que puedo ser fuego, que puedo ser viento, marea y calma. Que no puedo darles todo lo que me pidan a veces, y que no quiero otras tantas.
No hay miseria, no hay vacío, no hay falta.

La felicidad se ha vuelto mía y también la paz, se me aparece en sueños mi imagen de niña, la proyecto en ellos, venzo mis miedos y miro a la tigresa que me besaba la frente para que durmiera tranquila. Se me vencían los ojos porque en el fondo sabía, que nada podría pasarme mientras estuviera a mi lado. Mi madre, la mujer que con el paso del tiempo descubrí tan frágil,¡tan humana! pero cubierta de un manto de amor me impartía tanto.

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